Comprender. Al percibir de golpe el episodio amoroso como un nudo de razones inexplicables y de soluciones bloqueadas, el sujeto exclama: “¡Quiero comprender (lo que me ocurre)!”
1. ¿Qué pienso del amor? –En resumen, no pienso nada. Querría saber lo que es, pero estando dentro lo veo en existencia, no en esencia. Aquello de donde yo quiero conocer (el amor) es la materia misma que uso para hablar (el discurso amoroso). Ciertamente se me permite la reflexión, pero como esta reflexión es inmediatamente retomada en la repetición de las imágenes no deriva jamás en reflexividad: excluido de la lógica (que supone lenguajes exteriores unos a otros), no puedo pretender pensar bien. Igualmente discurriré bellamente sobre el amor a lo largo del año, pero no podré atrapar el concepto más que “por la cola”: por destellos, fórmulas, hallazgos de expresión, dispersados a través del gran torrente de lo Imaginario; estoy en el mal lugar del amor, que es su lugar deslumbrante: “el lugar más sombrío –dice un proverbio chino- está siempre bajo la lámpara.”
2. Al salir del cine, solo, rumiando mi problema amoroso, que la película no ha podido hacerme olvidar, lanzo esta curiosa exclamación: ¡basta: que se acabe!, pero, ¡quiero comprender (lo que me ocurre)!
3. Represión: quiero analizar, saber, enunciar en otro lenguaje que no sea el mío; quiero representarme a mí mismo mi delirio, quiero “mirar a la cara” lo que me divide, lo que me recorta. Comprended vuestra locura: tal era el mandato de Zeus a Apolo volver los rostros de los Andróginos divididos (como un huevo, como una serba) por el corte (el vientre) “para que la vista de su cercenamiento los vuelva menos osados”. ¿Comprender no es escindir la imagen, deshacer elyo, órgano soberbio de la ignorancia?
4. Interpretación: no es eso lo que quiere decir vuestro grito. Ese grito, en verdad, es todavía un grito de amor: “Quiero comprenderme, hacerme conocer, hacerme abrazar, quiero que alguien me lleve consigo.” He aquí lo que significa vuestro grito.
5. Quiero cambiar de sistema: no desenmascaras más, no interpretar más, sino hacer de la conciencia misma una droga y a través de ella acceder a la visión sin remanente de lo real, al gran sueño claro, al amor profético.
(¿Y si la conciencia –una conciencia semejante- fuera nuestro porvenir humano? ¿ Y si,por un giro supletorio de la espiral, un día, resplandeciente entre las demás, desaparecida toda ideología reactiva, la conciencia se convirtiera finalmente en esto: la abolición de lo manifiesto y lo latente, de la apariencia y de lo oculto? ¿Si se requiriera del análisis no ya de destruir la fuerza (ni tampoco corregirla o dirigirla), sino solamente decorarla, como lo haría un artista? ¿Nos imaginamos que la ciencia de los lapsus descubra un día su propio lapsus y que ese lapsus sea: una forma nueva, inaudita, de la conciencia?)
Extraído de, "Fragmentos de un discurso amoroso", Roland Barthes. 1977.
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