miércoles, 19 de enero de 2011

XIX

"Si una noche de invierno un viajero, fuera del poblado de Malbork, asomándose desde la abrupta costa sin temer el viento y el vértigo, mira hacia abajo donde la sombra se adensa en una red de líneas que se entrelazan, en una red de líneas que se intersecan sobre la alfombra de hojas iluminadas por la luna en torno a una fosa vacía -¿Cuál historia espera su fin allá abajo?-, pregunta, ansioso de escuchar el relato."


Fragmento extraído del libro "Si una noche de invierno un viajero" de Italo Calvino.


advertencia: si mientras lo leen sienten que se están comiendo un spoiler, sorry, probablemente sea así.

viernes, 14 de enero de 2011

Los justos

Un hombre que cultiva un jardín,
como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur
juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita
un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página,
que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen
los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar
un mal que le han hecho.
El que agradece
que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan la razón.
Esas personas, que se ignoran,
están salvando el mundo.

Jorge Luis Borges

martes, 11 de enero de 2011

Ahora

Ahora como un ángel apareces
y me rodeas sin decirme nada.
Ángel que yo cuidara tantas veces
sin saberlo, callada.

En todo lo que miro permaneces
como el aire feliz de la mirada.
Me parezco a tu ausencia y te pareces
a mí resucitada.

Porque viniste cuando me moría
a devolverme a vivas caridades;
porque mi noche muda se hizo día

por gracia de tu voz iluminada,
en esta eternidad con que me invades
yo que no era, soy tu enamorada.

Maria Elena Walsh. (R.I.P. 10 de enero del 2010) :(


viernes, 7 de enero de 2011

Una broma sin importancia

Un claro mediodía de invierno... El frío es intenso, el hielo cruje, y a Nádeñka, que me tiene agarrado del brazo, la plateada escarcha le cubre los bucles en las sienes y el vello encima del labio superior. Estamos sobre una alta colina. Desde nuestros pies hasta el llano se extiende una pendiente, en la cual el sol se mira como en un espejo. A nuestro lado está un pequeño trineo, revestido con un llamativo paño rojo.

—Deslicémonos hasta abajo, Nadezhda Petrovna —le suplico—. ¡Siquiera una sola vez! Le aseguro que llegaremos sanos y salvos.

Pero Nádeñka tiene miedo. El espacio desde sus pequeñas galochas hasta el pie de la helada colina le parece un inmenso abismo, profundo y aterrador. Ya sólo al proponerle yo que se siente en el trineo o por mirar hacia abajo se le corta el aliento y está a punto de desmayarse; ¡qué no sucederá entonces cuando ella se arriesgue a lanzarse al abismo! Se morirá, perderá la razón.

—¡Le ruego! —le digo—. ¡No hay que tener miedo! ¡Comprenda, de una vez, que es una falta de valor, una simple cobardía!

Nádeñka cede al fin, y advierto por su cara que lo hace arriesgando su vida. La acomodo en el trineo, pálida y temblorosa; la rodeo con un brazo y nos precipitamos al abismo. El trineo vuela como una bala. El aire hendido nos golpea en la cara, brama, silba en los oídos, nos sacude y pellizca furibundo, quiere arrancar nuestras cabezas. La presión del viento torna difícil la respiración. Parece que el mismo diablo nos estrecha entre sus garras y, afilando, nos arrastra al infierno. Los objetos que nos rodean se funden en una solo franja large que corre vertiginosamente... Un instante más y llegará nuestro fin.

—¡La amo, Nadia!—digo a media voz.

El trineo comienza a correr más despacio, el bramido del viento y el chirriar de los patines ya no son tan terribles, la respiración no se corta más y, por fin, estamos abajo. Nádeñka llegó más muerta que viva. Está pálida y apenas respira... La ayudo a levantarse.

—iPor nada del mundo haría otro viaje! —dice mirándome con ojos muy abiertos y llenos de horror—. ¡Por nada del mundo! ¡Casi me muero!

Al cabo de un rato vuelve en sí y me dirige miradas inquisitivas ¿fui yo quien dijo aquellas tres palabras o simplemente le pareció oírlas en el silbido del remolino? Yo fumo a su lado y examino mi guante con atención.

Me toma del brazo y comenzamos un largo paseo cerca de la colina. El misterio por lo visto no la deja en paz. ¿Fueron dichas aquellas palabras o no? ¿Sí o no? Es una cuestión de amor propio, de honor, de vida, de dicha; una cuestión muy importante, la más importante en el mundo. Nadeñka vuelve a dirigirme su mirada impaciente, triste, penetrante, y contesta fuera de propósito, esperando que yo diga algo. ¡Oh, qué juego de matices hay en este rostro simpático! Veo que está luchando consigo misma, que tiene necesidad de decir algo, de preguntar, pero no encuentra las palabras, se siente cohibida, atemorizada, confundida par la alegria...

—¿Sabes una cosa? -—dice sin mirarme.

—¿Qué?—!e pregunto.

—Hagamos... otro viajecito.

Subimos por la escalera. Vuelvo a acomodar a la temblorosa y pálida Nádeñka en el trineo

y de nuevo nos lanzamos en el terrible abismo; de nuevo brama el viento y zumban los patines; y de nuevo, al alcanzar el trineo su impulso más fuerte y ruidoso, digo a media voz:

—¡La amo, Nadia!

Cuando el trineo se detiene, Nádeñka contempla la colina por la que acabamos de descender; luego clava su mirada en mi cara, escucha mi voz, indiferente y desapasionada, y toda su pequeña figura, junto con su manguito y su capucha, expresa un extremo desconcierto. Y su cara refleja una serie de preguntas: “¿Cómo es eso? ¿Quién ha pronunciado aquellas palabras? ¿Ha sido él o me ha parecido oírlas y nada más?"

La incertidumbre la tornaba inquieta, la pone nerviosa. La pobre muchacha no contesta mis preguntas, frunce el ceño, está a punto de llorar.

¿Será hora de irnos a casa? —le pregunto.

—A mi... a mi me gustan estos viajes en trineo —dice, ruborizándose—. ¿Haremos uno más?

Le "gustan" estos viajes, pero al sentarse en el trineo, palidece igual que antes, tiembla y contiene el aliento.

Descendemos par tercera vez, y noto cómo está observando mi cara y mis labios. Pero yo me cubro la boca con un pañuelo, y toso y al llegar a la mitad de la colina alcanzo a musitar:

—¡La amo, Nadia!

Y el misterio sigue siendo misterio. Nádeñka guarda silencio, piensa en algo... Nos retiramos

de la pista y ella trata de aminorar la marcha, esperando siempre que yo diga aquellas palabras. Veo cómo sufre su corazón y cómo ella se esfuerza para no decir en voz alta: "¡No puede ser que las haya dicho el viento! ¡Y no quiero que haya sido el viento!"

A la mañana siguiente recibo una esquela: "Si usted va hay a la pista de patinaje, venga a buscarme. N." Y a partir de ese dia voy con Nádeñka'a la pista todos los dias y, al precipitarnos hacia abajo en el trineo, coda vez pronuncio a media voz siempre las mismos palabras:

—¡La amo, Nadia!

En poco tiempo, Nádeñka se habitúa a esta frase, como uno se habítúa al vino o a la morfina. Ya no puede vivir sin ella. Es verdad que siempre le da miedo deslizarse par la colina helada,

pero ahora el miedo y el peligro otorgan un encanto especial a las palabras de amor, palabras que constituyen un misterio y oprimen ducemente el corazón. Los sospechosos son siempre dos: el viento y yo... Ella no sabe quién de los dos le declara su amor, pero ello, por lo visto, ya la tiene sin cuidado; poco importa el recipiente del cual uno bebe, lo esencial es sentirse embriagado.

Una vez, al mediodia, fui solo a la pista: mezclado con la multitud, vi a Nádeñka acercarse a la

colina y buscarme con los ojos... Timidamente sube a la escalera... Le da mucho miedo viajar sola, ¡oh, qué miedo! Está blanca como la nieve y tiembla como si se dirigiera a su propia ejecución. Pero va decidida, sin mirar para atrás.

Por lo visto, ha decidido probar, al fin: ¿Se oyen aquellas sorprendentes y dulces palabras cuando yo no estoy? La veo colocarse en el trineo, pálida, con la boca abierta por el miedo, cerrar los ojos y emprender la marcha, después de despedirse para siempre de la tierra. "Zsh-zsh-zsh-zsh"... Zumban lo s patines. Si Nádeñka está oyendo aquellas palabras o no, no lo sé... La veo levantarse del trineo exhausta, débil. Y se ve por su cara que ella misma no sabe si ha oido algo o no. Mientras estuvo deslizándose hacia abajo, el miedo le quitó la capacidad de escuchar, de distinguir sonidos, de entender...

Y he aqui que llega el primaveral mes de marzo... El sol se torna más cariñoso. Nuestra montaña de hielo se oscurece, pierde su brillo y por fin se derrite. Nuestros viajes en trineo se interrumpen. La pobre Nádeñta ya no tiene dónde escuchar aquellas palabras y además no hay quien las pronuncie, puesto que el viento se ha aquietado y yo estoy por irme a Petersburgo, par mucho tiempo, quizá para siempre.

Unos dias antes de mi partida al anochecer, estoy sentado en ei jardín. Este jardin está separado de la casa de Nádeñka por una alta palizada con clavos... Aún hace bastante frio, en los rincones del patio exterior hay nieve todavía, los árboles parecen muertos; pero ya huele a primavera y los grajos, acomodándose para dormir desatan su último vocerío de la jornada. Me acerco a la empalizada y durante largo rato miro por una hendidura. Veo a Nádeñka salir al patio y alzar su triste acongojada mirada al cielo... El viento de primavera sopla directamente en su pálido y sombrio rostro... Le hace recordar aquel otro viento que bramaba en la colina dejando oír aquellas tres palabras, y su cara se pone triste, muy triste, y una lágrima se desliza par su mejilla. La pobre muchacha extiende ambos brazos como suplicando al viento le traiga una vez más aquellas palabras. Y yo, al llegar una ráfaga de viento, digo a media voz:

—¡La amo, Nadia!

¡Por Dios, hay que ver lo que sucede con Nádeñka! Deja escapar un grito y con amplia sonrisa

tiende sus brazos hacia el viento, alegre, feliz, tan bella.

Y yo me voy a hacer las maletas...

Esto sucedió hace tiempo. Ahora Nádeñka está casada con el secretario de una institución tutelar y tiene ya tres hijos. Pero nuestros viajes en trineo y las palabras "La amo, Nadia", que le llevaba el viento, no están olvidadas, para ella son el recuerdo más feliz más conmovedor y más bello de su vida...

Mientras que yo, ahora que tengo más edad, ya no comprendo para qué decía aquellas palabras. Para qué hacía aquella broma...


Antón Chejov

martes, 4 de enero de 2011

Soneto 130

No son soles los ojos de mi amada,

Y el coral es más rojo que su boca:

No es nieve la morena piel que toca

Su cabellera endrina y acerada,

Blanca es la rosa, rosa o encarnada

Pero a ninguna su mejilla evoca;

Y un perfume mayor placer provoca

Que el soplo de su boca perfumada.

Amo su voz, aun cuando bien se sabe

Que es más dulce la música y más suave.

Y, aunque diosas no he visto caminar,

Sé que ella camina sobre el suelo.

Pero juro, con todo, por el cielo,

Que nadie se le puede comparar.



William Shakespeare


domingo, 2 de enero de 2011

Grave problema argentino: Querido amigo, estimado, o el nombre a secas.

Usted se reirá, pero es uno de los problemas argentinos más difíciles de resolver. Dado nuestro carácter (problema central que dejamos por esta vez a los sociólogos) el encabezamiento de las cartas plantea dificultades hasta ahora insuperables. Concretamente, cuando un escritor tiene que escribirle a un colega de quien no es amigo personal, y ha de combinar la cortesía con la verdad, ahí empieza el crujir de plumas. Usted es novelista y tiene que escribirle a otro novelista; usted es poeta, e ídem; usted es cuentista. Toma una hermosa hoja de papel, y pone: "Señor Oscar Frumento, Garabato 1718, Buenos Aires." Deja un buen espacio (las cartas ventiladas son las más elegantes) y se dispone a empezar. No tiene ninguna confianza con Frumento; no es amigo de Frumento; él es novelista y usted también; en realidad usted es mejor novelista que él, pero no cabe duda que él piensa lo contrario. A un señor que es un colega pero no un amigo no se le puede decir: "Querido Frumento." No se le puede decir por la sencilla razón de que usted no lo quiere a Frumento. Ponerle Querido es casi lascivo, en todo caso es una mentira que Frumento recibirá con una sonrisa tetánica. La gran solución argentina parece ser, en esos casos, escribir: "Estimado Frumento." Es más distante, más objetivo, prueba un sentimiento cordial y un reconocimiento de valores. Pero si usted le escribe a Frumento para anunciarle que por paquete postal le envía su último libro, y en el libro ha puesto una dedicatoria en la que se habla de admiración (es de lo que más se habla en las dedicatorias) ¿cómo lo va a tratar de estimado en la carta? Estimado es un término que rezuma indiferencia, oficina, balance anual, desalojo, ruptura de relaciones, cuenta del gas, cuota del sastre. Usted piensa desesperadamente en alguna alternativa y no la encuentra; en la Argentina somos queridos o estimados y sanseacabó. Hubo una época (yo era joven y usaba rancho de paja) en que muchas cartas empezaban directamente después del lugar y la fecha; el otro día encontré una, muy amarillita la pobre, y me pareció un monstruo, una abominación. ¿Cómo le vamos a escribir a Frumento sin primero identificarlo (Frumento) y luego calificarlo (querido/estimado)? Se comprende que el sistema de mensaje directo haya caído en desuso o quede reservado únicamente para esas cartas que empiezan: "Un canalla como usted, etc.", o "Le doy tres días para abonar el alquiler.", cosas así. Más se piensa menos se ve la posibilidad de una tercera posición entre querida y estimado; de algo hay que tratarlo a Frumento, y lo primero es mucho y lo segundo es frigidaire.
Variantes como "Apreciado" o "Distinguido" quedan descartadas por tilingas y cursis. Si uno le llama "Maestro" a Frumento, es capaz de creer que le estamos tomando el pelo. Por más vueltas que le demos, se vuelve a caer en querido o estimado. Che, ¿no se podrá inventar otra cosa? Los argentinos necesitamos que nos desalmidonen un poco, que nos enseñen a escribir con naturalidad: "Pibe Frumento, gracias por tu último libro.", o con afecto "Ñato, qué novela te mandaste", o con distancia pero sinceramente: "Hermano, con las oportunidades que había en la fruticultura.", entradas en materia que concilien la veracidad con la llaneza. Pero será difícil, porque todos nosotros somos o estimados o queridos, y así nos va.



Julio Cortázar, extraído del libro "La vuelta al día en ochenta mundos"